EL HIJO DE TODOS. Louise Erdrich.
En palabras de la crítica estadounidense Mary Gordon (The New York Times, 16 de Mayo de 2016) hubo un período de 10 años, a partir de 1975, en que el paisaje de la literatura estadounidense se iluminó y enriqueció hasta transformarse para siempre. Y es que aún no existía la "política de la identidad" o lo "políticamente correcto" y surgieron escritores que no necesariamente eran hombres y blancos. Es el caso de Maxine Hong Kingston, novelista estadounidense de origen chino, profesora emérita de la universidad de California en Berkeley, que ha escrito tres novelas sobre la vida de los inmigrantes chinos en Estados Unidos, contribuyendo al movimiento feminista, con obras como sus memorias "The Woman Warrior; Memoirs of a Girlhood among Ghosts". Es un libro que describe claramente como las diferencias de género y origen étnico afectan a la vida de las mujeres. Este trabajo le reportó el premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro. También ganó un National Book Award en 1981 por su obra "China Men". Otra grande es Toni Morrison, defensora de los derechos civiles de los negros, autora de "Song of Solomon", premio Pulitzer, y Nobel de Literatura en 1993.
Y curiosamente nuestra autora, Louise Erdrich, fue aclamada en dicha época por su primera novela, "Love Medicine". En ella inaugura un estilo propio, sencillo pero muy directo, sobre los contrastes entre la vida de los blancos y los indios nativos recluídos en las reservas y despojados de sus tierras, de su forma de vida y de su cultura. Unos indios que poco a poco van absorviendo no solamente el alcohol que los destruye, sino también la cultura de los otros, que arrincona lentamente a la propia.
Aunque estrictamente no son novelas corales, sí que es cierto que su sencilla complejidad abarca múltiples voces, tanto de vivos como de muertos (unos casi reales, otros solo espíritus), que van y vienen, conformando historias más o menos laterales o secundarias, que se entrecruzan e incluso forman finalmente madejas de potencia literaria indiscutible.
"El hijo de todos" en el original norteamericano
"LaRose", es hasta hoy su última novela. El libro comienza con un hecho trágico: Landreaux mata accidentalmente al hijo de Peter, su mejor amigo. Los espíritus de sus ancestros le sugieren la forma de paliar su culpa: dar su propio hijo a los padres del niño muerto.
Pero este LaRose, el último de una extensa saga con el mismo nombre, ha sido designado por los espíritus de la tribu como portador de los más grandes valores de su raza. Aquí la autora retrotrae la historia a varias generaciones de individuos llamados LaRose, aprovechando la circunstancia para recordar a los americanos blancos -y también a nosotros- terribles opiniones de autores míticos, destacando sin duda el autor de "El Mago de Oz", L. Frank Baum, que llegó a afirmar que "nuestra única seguridad depende de la exterminación total de los indios".
La vida del niño LaRose, de 5 años, entre las dos familias, ayuda a la autora a describir los modelos de comportamiento de blancos e indios, y en estos los diferentes grados de pérdida de su propia cultura y aceptación de la de los otros, y de sus facilidades para sobrevivir en la Reserva con las ayudas gubernamentales.
Entra en acción un personaje que quizás sea el más relevante de la novela, Romeo. Este sujeto, en la primera juventud, escapa del internado influido por su amigo Landreaux. La peripecia de ambos huyendo en autobuses y trenes, mezclados con los más soeces personajes que pueda imaginarse, es a veces patética a veces desternillante. Pero acaba mal, pues al caer ambos desde un refugio en que dormían, el golpe del fornido Landreaux contra el enclenque Romeo hace de este un inútil de por vida. Enamorado de la esposa de Landreaux, decide vengarse de él induciendo a Peter, padre del niño muerto, a creer que aquello no fue un accidente.
A diferencia de los personajes de los padres, Landreaux y Peter, excesivamente planos, el personaje Romeo está lleno de aristas, haciéndolo de un atractivo especial.
Landreaux parece aburrirnos en su integración social, ayudando a los viejos a sobrevivir con sus achaques, pero atrae al lector al introducirse en esa otra vida de lucha contra las drogas, contra esas medicinas para el dolor que alteran la conciencia.
Peter se desmelena con otro tema, que es el posible desastre que el cambio de milenio, a punto de ocurrir, ocasionará en los sistemas informáticos que controlan el mundo.
Un cuarto personaje masculino, el padre Travis, antiguo combatiente, se consume por el amor que siente hacia Emmaline, la esposa de Landreaux. Es un personaje esperpéntico y sin embargo bastante convencional.
El personaje que podríamos decir principal, LaRose, aunque aquí el aspecto coral es ineludible, resulta escasamente reconocible para creerlo de carne y hueso: demasiado bueno, demasiado virtuoso, demasiado imbuido por los espíritus de sus antepasados.
Lo mismo ocurre con sus dos hermanas, con un desparpajo muy a la americana, pero muy previsibles en su comportamiento. Maggie, la otra "hermana" que lo es realidad del niño muerto en accidente de caza, es de un atractivo cautivador, tanto como el Romeo ya descrito. Con un punto un tanto canalla y un comportamiento imprevisible, atrae al lector desde el principio y en muchos momentos se hace la auténtica dueña del relato.
Nola, la madre del muerto, fluctúa entre la realidad y la compulsión que la lleva a hacer tartas sin parar, no solo para olvidar tan tremenda pérdida, sino también para aplacar los deseos de autolesión que la acechan de continuo.
El personaje Emmaline, de la que casi no conocemos nada en sus relaciones con Landreaux y menos aún de su atracción por el padre Travis, se desdibuja poco a poco a medida que avanza la novela.
El final, que tiene como motivo la graduación del hijo de Romeo, adoptado por su antiguo amigo de infancia y por Emmaline, el amor imposible que lo corroe, es un pretexto para la autora en su contraposición de la venganza con la justicia y a diferencia de tantas y tantas obras literarias, tiene un final feliz.
En la crítica literaria es frecuente encontrar una armonía insólita, algo prácticamente inexistente, menos aún en los autores contemporáneos. Al urgar en la llaga uno no pretende infectar la herida, sino contrastar con las partes sanas y mostrar hasta qué punto es real aquello de lo que se habla, con sus imperfecciones incluidas. Es esta novela, con sus contrastes, con esa sociedad india tan alejada de nosotros, con ese exotismo discreto, de un encanto que hace muy aconsejable su lectura.
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