CEREZOS DEL VALLE DEL JERTE

Hace ya tres semanas que los cerezos del Valle del Jerte explotaron con sus flores al aire de la primavera.
Son pocos días los que tuvimos para poder contemplar semejante espectáculo, tan grato a la vista.
En esta ocasión nuestra ruta fue de abajo hacia arriba, o lo que es tanto como decir que fuimos carretera arriba, desde Plasencia, en sentido contrario al río Jerte, hasta coronar el puerto de Tornavacas.
Aunque ya desde muy abajo, en cuanto la carretera empieza a empinarse, aparecen los primeros cerezos, no es sino en las cercanías de Navaconcejo

cuando hacemos nuestra parada para contemplar y fotografiar los huertos de cerezos que abundan a ambos lados de la carretera. Es lugar idóneo para dejar el coche y seguir a pié. Hasta Tornavacas son 3 horas de caminata para los mayores, como nosotros.

A su paso por
Cabezuela del Valle, el río, su puente y las apretadas casas que se arremolinan en la orilla izquierda del cauce, a la vez que la lejanía del monte lleno de blancos copos, proporcionan un sinfín de planos a la cámara.
El contraste entre la luz y el color de los pétalos con la umbría del río y las casas es de una gran plasticidad.
Antes de seguir nuestra ruta bajamos al paseo del rio por el camino de tablas que han habilitado para los menos andarines. Luego nos acercamos a una diminuta ermita que semeja apoyarse en unas tapias y allá en lo alto parece coronada de cerezos trepadores.
Pero al poco de seguir camino arriba, por el borde de la carretera, paramos a contemplar y aguzar el oído por si logramos entender el diálogo que con el mayor de los desparpajos se traen las ramas de un cerezo con unas amapolas sangrientas surgidas como por encanto del pedregal.
No podemos sustraernos a la tentación de captar con la cámara el increíble momento: así ya nadie podrá negar que vimos lo que vimos.
Pero seguimos nuestra ruta, pues sabemos que nos esperan momentos inolvidables.
Y en Jerte, el pueblo que toma el nombre del río,
volvemos a bajar al río y contemplar el antiguo molino que ahora es una posada y la iglesia adyacente. Queda grabada en nuestra retina y en la memoria el blanco tapiz que se despega ante nuestros ojos.
Pero es en las alturas de Tornavacas donde los contrastes se hacen más violentos y la nieve de las montañas se arrima a los precipicios para ver la floración mientras en las barrancas la sombra adquiere tonos azules y violetas difíciles de describir.



Ya solo queda rememorar lo visto y sentido y qué mejor manera que -con el coche de apoyo- darnos un rato de reposo en El Barco de Ávila y de paso deleitarnos con sus patatas
revolconas y esas judías, difíciles de olvidar cuando las has probado una vez.



En fin, que han sido una horas de sosiego y enriquecimiento de los sentidos. Hasta la próxima, amigos.








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