PATRIA. Fernando Aramburu.
Ya han transcurrido más de 20 años desde la publicación de Fuegos con limón, y ahora, con Patria, la última novela de Fernando Aramburu, el conflicto vasco cobra su más amplio protagonismo a través de la vida de dos familias vascas, dominadas por el perfil matriarcal de sendas mujeres, Bittori y Miren, ambas perdedoras en este mundo hostil que refleja el conmovedor relato del autor. Las palabras de J.C. Mainer (Babelia. El País. 2-IX-2016) no pueden reflejar de mejor manera aquello que esta novela trata de exponer: "...el libro
es una novela extensa y memorable que abarca 40 años de fascistización de una
sociedad cerrada y recelosa y otros tantos de degradación moral de las
instituciones del Estado".
Por encima de todo aparece esa sensación que trasciende el actuar de las gentes de Euskadi como si fuera el pueblo elegido por Dios sabe qué Dios. Un Dios que habla el euskera, naturalmente, y para el que hay dos mundos, el elegido, que habla en ese que es su único idioma, y el resto de los mortales, los pobrecitos Hernández o como quiera que se apelliden, para el caso da lo mismo.
Naturalmente esta bendición que el Altísimo otorga a su pueblo elegido viene a confirmarse con la actuación del párroco del lugar, un tal Don Serapio que en palabras de Luis García Montero "es heredero de los curas carlista de Valle-Inclán, mezcla el tradicionalismo religioso con la identidad verdadera y convierte el confesionario en una justificación sentimental del sacrificio: ¿Tú crees que Goliat, con su tricornio en la cabeza y sus torturadores de sótano de cuartel, va a mover un dedo en favor de nuestra identidad?”
En realidad es una historia de perdedores. No solamente pierde y de qué manera aquel que es asesinado, el txato, y con él su esposa Bittori, que para colmo ha de abandonar el pueblo forzada por una atmósfera irrespirable. Esta mujer, con un hueco irrellenable en su vida, logra que los hijos sean gente de provecho, pero tanto el chico, que resulta llegar a ser un médico ciertamente relevante, como la chica, que malgasta su vida en relaciones insustanciales, llevan unas vidas planas y carentes de la energía que el padre muerto tenía, incluso enfrentándose a los terroristas y al pueblo entero que lo señala como objetivo.
Miren, la madre del terrorista Jose Mari, se radicaliza a medida que van pasando las páginas y da cobertura moral a la actuación de su hijo asesino, apoyada por el entorno y por el susodicho cura, para el que las únicas víctimas son el querido pueblo vasco pisoteado por el Estado totalitario y por aquellos que no comulgan con sus ideas extremas.
Jose Mari, desde su juventud y a través de la violencia callejera, llega a ETA, en la que no encuentra a nadie, ni un amigo, ni un confidente, ni nadie que le ayude a afianzar sus ideas. Se encontrará con un vacío solamente llenado por los mandatos de unos superiores que no conoce y que le hacen ir de un lugar a otro, de un atentado a otro, sin explicación de ningún tipo. Este vacío que es su vida se prolonga durante años y años de reclusión en cárceles alejadas de su querida tierra.
Otro perdedor es el hermano pequeño del terrorista, Xabier, que trata de asumir su condición de homosexual en medio de un paisaje totalmente contrario y que finalmente lo consigue, asumiendo esa condición del hijo la madre opresora que es Miren.
De una personalidad blanda y cobarde es el padre de familia, Joxian, que comprende perfectamente la sinrazón de esa despiadada persecución sobre su amigo y la radicalización que observa en su familia a través de su mujer y de su hijo.
Pero quizás sea Arancha el personaje más entrañable de esta intrincada novela. No solamente es capaz de ver la atrocidad del comportamiento de los verdugos para con las víctimas, sino que intenta y al final consigue que un rayo de ilusión aparezca en ese despiadado mundo, logrando que su hermano Jose Mari pida perdón en una carga a Bittori, la esposa del asesinado. Y ello sin importarle su situación personal, casi abandonada por su marido y sus hijos tras un ictus que la deja en una silla de ruedas y sin habla.
La escena final, en que tras volver al pueblo Bittori ve venir de frente a su antigua e íntima amiga Miren y se funde con ella en un abrazo sin palabras resume el deseo del autor y quizás de los lectores, con la esperanza de que toda la sinrazón que se vive en Euskadi acabe.
No quiero dejar de comentar aspectos literarios de la narración que resultan sumamente interesantes. Son capítulos breves, más de cien, los que componen la novela que mayoritariamente se expresa a través de un narrador omnisciente, pero que muy a menudo no sabemos quién está hablando o bien se trata de una primera persona. En incontables ocasiones estamos oyendo al propio autor, que nos cuenta al oído la truculenta historia, las propias voces de los personajes, los comentarios que sin duda son de él mismo. En cuanto a la cronología narrativa, el autor va y viene del pasado al presente y del presente al pasado, e incluso al futuro, anunciando hechos que están aún por ocurrir.
En cuanto al trasfondo filosófico, a la ética de lo que se narra, creo que no cabe ninguna duda de que el escritor no encuentra justificación alguna en el pensamiento político para matar, ni en las formas opresivas del estado y sus fuerzas intimidatorias para combatir a los asesinos. Con la violencia desaparece cualquier razón, cualquier identidad superior, cualquier supuesta justificación, aunque sea en aras de la Patria. Y ahí entran de lleno todas esa gentes que no toman las armas, que no asesinan, pero que con su comportamiento racista aislan a las víctimas porque no comulgan con sus ideas, las señalan y finalmente justifican su desaparición. Pero por encima de esta ausencia de ética colectiva está la ética personal, que en el caso de alguno de los personajes llega a una gran altura, como por ejemplo el hijo del asesinado, el médico que no duda en calificar de torturas las heridas que ve en uno de los presos de ETA, caído en manos de los policías. O la mujer del asesinado, que se empeña en conocer la verdad y por supuesto en que se le pida perdón antes de perdonar. O en la hermana del asesino, que se identifica claramente con las víctimas, y consigue que Jose Mari pida perdón a la esposa del Txato,
Concluyo con unas palabras de Luis García Montero enormemente esclarecedoras sobre la capacidad de la novela para indagar en la entraña misma del problema, en un intento de solución ética: "Patria se convierte en una verdadera reivindicación del poder de la
novela gracias a la apuesta profunda que el autor vuelca en su obra. No es
gratuito que en una de las últimas escenas aparezca el propio autor en un acto
público —delante de las víctimas—, explicando el origen y el sentido de su
obra: Hay libros que van creciendo dentro de uno a lo largo de los años en
espera de la ocasión oportuna de ser escritos… Y este proyecto de componer, por
medio de la ficción literaria, un testimonio de las atrocidades cometidas por
la banda terrorista surge en mi caso de una doble motivación. Por un lado, la
empatía que les profeso a las víctimas del terrorismo. Por otro, el rechazo sin
paliativos que me suscitan la violencia y cualesquiera agresiones dirigidas
contra el Estado de Derecho”.
Patria, en resumen, es una novela de altos vuelos y su lectura imprescindible.
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