EN EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA. PATRICK MODIANO.

Los académicos suecos que le han concedido
el premio Nobel dicen que es el Proust de nuestro tiempo. No lo se. No parece comparable este escritor de temas que llamaría "de culto" y prosa sencilla y sin florituras, pero no exenta de una belleza que por momentos es deslumbrante en su simpleza y cargada de profundidad.
Nacido en 1945, en las afueras de París, hijo de un padre de origen italiano, judío, colaborador de la Gestapo durante la ocupación alemana de París, y de una actriz belga que "tenía el corazón seco" en palabras del propio hijo.
Modiano nació y vivió en la soledad de una familia desintegrada, en el rechazo del padre, con el que cortó toda relación a sus escasos 17 años, en el vagabundeo por el París de la postguerra, barrios y calles que describe minuciosamente, con datos hasta de los números que ocupaban cafés, librerías, industrias, colegios, tapias, cuestas y gentes, sobre todo gentes, siempre anónimas, solo sacadas del anonimato por la pluma del autor.
Dicen algunos de sus exégetas que no hay francés que no haya leído al menos uno de sus libros. Quizás sea algo exagerado, pero dice mucho a favor de nuestros vecinos.
Ese relacionar a Patrick Modiano con Proust puede encontrarse en las palabras del escritor, hurtadas del poeta René Char, "Vivir es obsesionarse en consumar un recuerdo", Todos recordamos constantemente episodios de nuestras vidas, y a medida que esas vidas van fluyendo necesitamos pruebas para tener la completa seguridad de que no los hemos soñado. 
Junto a esa memoria de lo pasado para dar vida al presente aparece la Francia de la ocupación, esa íntima herida en el corazón de los franceses por el colaboracionismos de muchos, siendo trasunto de todos ellos el propio padre del escritor, al que rechaza desde muy joven y del que conoce su muerte muchos años después de ocurrida. Pero no es su propia vida, su amargura, lo que aparece en las páginas de su obra, "no escribo para hablar de mi ni para arreglar cuentas". 
Sus tres primeras obras se suelen aunar en la llamada Trilogía de la ocupación (El lugar de la estrella, La ronda de noche y Los bulevares periféricos). A primera vista parecen novela negra o policíaca e incluso de investigación, como pueda parecerlo aún más la posterior Dora Bruder, relato de la búsqueda de una joven francesa de 15 años, judía, que acaba sus días en el campo de exterminio de Auswitch.
Cada una de sus obras parece repetirse, con personajes siempre en busca de su propia identidad. Son personajes mal perfilados, pero con un aura de indefinición atrayente y desasosegante. Personajes que van perdiendo su juventud en medio de la ciudad, que a su vez va diluyendo los propios contornos de la memoria en nuevas geometrías de calles que sin embargo son siempre las mismas.
En el café de la juventud perdida, es quizás su obra más representativa. A la manera coral varios personajes van dejando caer su visión de uno de ellos, Louki, una extraña mujer que acude al café Le Condé, en la rivera izquierda del Sena, lugar de referencia y de paso en su deambular por los bulevares periféricos de París, donde lee un libro con el título impreso en grandes letras rojas: Horizontes perdidos. 
"De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra", comienza nuestro libro y los trazos con que uno de los personajes va describiendo a la mujer. 
Un estudiante de la escuela de Minas, un marido abandonado, un detective compasivo, un amigo, hablan de sus propias vidas que confluyen en la de ella, que a su vez habla de sí misma. Y no es hasta casi el final de la narración que se conoce el desenlace, no por esperado menos sorprendente y triste; pero es un final de todos ellos, de la juventud, de ese París que solo queda en la memoria de los que pasearon por sus calles: "En ese fluir ininterrumpido de mujeres, de hombres, de niños y de perros, que pasan y acaban por desvanecerse calle adelante, nos gustaría quedarnos de vez en cuando con una cara". 
Uno de los clientes se encuentra, muchos años después, con la dueña del café: "Se acordaba de cómo nos llamábamos todos. Con frecuencia se preguntaba qué habría sido de nosotros, pero no se hacía ilusiones. Supo, desde el principio, que las cosas iban a irnos muy mal. Unos perros perdidos, me dijo". 
En fin, una novela para leer, para disfrutar, para pensar.

Comentarios

  1. Murakami "se merece" una entrada para sí mismo. Así que le dedicaré unos párrafos...cuando toque. Por cierto -y hablando de premios- acaban de dar hace unas semanas el príncipe de Asturias de las Letras a John Banville, otro gran novelista, sobre todo en su versión pura, no en la de escritor de novela negra. Sugiero su insuperable "El mar".

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