EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS. António Lobo Antunes.

Este autor portugués, eterno postulante al Nobel de Literatura, difícilmente conseguirá tan pomposo galardón; ya se sabe, la lengua de Camoens no es tan principal como para llevarse dos nobeles casi seguidos (recordamos a Saramago). No trato de poner en confrontación a semejantes monstruos, ambos dignos de las mayores alabanzas literarias, sino solamente de aproximar al lector a Lobo Antunes, menos conocido que su compatriota.
Lobo Antunes es un poeta que se ha dedicado a la narrativa, y lo hace con un lirismo y una contundencia de metáforas verdaderamente sorprendente. Tiene un discurso llamativo, lleno de supuestas improvisaciones -en ocasiones parecen golfas-, pero pensadas con precisión matemática, que nos lleva a asomarnos a un abismo de soledad, locura y muerte.
"El orden natural de las cosas" forma parte de una trilogía que comenzó con "Tratado de las pasiones del alma" y se concluye con "La muerte de Carlos Gardel". Aunque escrita en 1992, no se publicó en España hasta 1996. Parece lejana en el tiempo, pero sigue gozando de una frescura que la hace actualísima. Si no encontráis el libro en librerías podéis buscarlo en bibliotecas públicas (muchas de ellas dotadas de abundantes fondos).
Es ésta una novela coral con diez diferentes tenores y sopranos, usando el símil belcantístico. Empezando por un escritor, que puede ser el alter ego del autor, con monólogos sucesivos que parecen ir describiendo acontecimientos vulgares, se siguen opiniones y circunstancias de la vida pasada y presente de un ex-policía de la dictadura, que investiga por mandato del escritor a un gris funcionario cincuentón, que mantiene una extraña relación amorosa con una joven diabética que huele a crisantemos. La joven y su supuesto amante se convierten a su vez en narradores casi monologantes, como algunos de los familiares o vecinos, pasajeros todos de una decrépita Lisboa, absorbida por el agua y por el impenitente olor a pescado podrido. Son historias planas, ausentes de esplendor, de decisiones coherentes, vidas carentes de sentido, esperpénticas, plagadas de ausencia y soledad. 
Entre todos ellos van pintando, en el referido paisaje lisboeta -con pinceladas de color africano, siempre presentes en el autor- un cuadro apocalíptico, que a pesar de todo mantiene el "orden natural de las cosas".
En fin, un libro con la ética de la belleza y la coherencia que este autor de culto mantiene en sus libros y lo hacen absolutamente recomendable.

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