MERIDIANO DE SANGRE. Cormac McCarthy.

Quizás no sea éste el libro más conocido del autor, título que habrá que otorgar a  La carretera (2006), con el Pulitzer a sus espaldas, o incluso a Todos los hermosos caballos (1992), merecedora del National Book Award; aunque apostaría cualquier cosa a que No es país para viejos (2005), con la versión cinematográfica de los hermanos Coen y la magistral interpretación de Bardem, es su obra más popular. Meridiano de sangre (1985),  ¿porqué escojo esta obra y me atrevo a sugerirla para su lectura? Pretendo dar la respuesta en las líneas que vendrán a continuación. 
Pero empecemos por el autor. ¿Qué sabemos de Cormac, nacido en 1933? Parece que él, como el río, protagonista importante en su narrativa, es el epítome del gran viaje. Su ir y venir comienza bien pronto, pues aunque nacido en Providence, cuando tiene cuatro años, sus padres se trasladan a Tennessee. Aquí crece en un ambiente católico y aunque inicia estudios de Humanidades, no los concluye, ingresando en las Fuerzas Aéreas. Corre el año 1953 y la aventura durará cuatro años, volviendo a su universidad en 1957, con escaso éxito, pues la abandonará sin licenciarse, aunque sus cualidades literarias empiezan a sobresalir, publicando algunos relatos en la revista literaria de la universidad, obteniendo el galardón Ingram-Merril para la creación literaria en 1959 y 1960.
Como los lugares le duran como el tiempo de las cerezas, o sea, poco, marcha a Chicago. Allí escribe la primera novela. Pero como las cerezas ya han madurado, regresa a su querida Tennessee. Transcurre el año 1965, y el manuscrito que envió a Random House porque "era la única editorial de la que había oído hablar", merece el reconocimiento de Albert Erskine, editor nada menos que de William Faulkner. El idilio dura veinte años, hasta la jubilación del editor.
Era una vida demasiado tranquila para nuestro hombre y con la ayuda de una beca de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, embarca rumbo a Europa, visitando la Irlanda de sus ancestros, Francia, Suiza, Italia y España.
En 1967 está de vuelta en Tennessee. Compra un granero, que transforma a su gusto y se dedica a escribir. Varias novelas verán la luz en estos años, aunque la crítica no será excesiva en sus loas hacia él. Se mantiene con alguna colaboración cinematográfica como guionista y con becas diversas, hasta que la novela que nos ocupa, Meridiano de sangre, se publica en 1985, siendo grande la conmoción que provoca con su visión, apocalíptica, destructiva y hermética, del oeste americano de la década de 1840.
A partir de aquí el éxito le seguirá a todas partes. Primero con Todos los hermosos caballos, luego con En la frontera y Ciudades de la llanura, que forman una trilogía sobre la vida o mejor diría mala vida, en la frontera Texas-México.
Vendrá a continuación (ya estamos en 2005) otra obra de gran calado, aún más leída tras ser  llevada al cine por los Cohen en 2007, No es país para viejos. Su obra última, La carretera, parece culminar el recorrido literario del autor, mereciendo el Premio Pulitzer.  Desde entonces la vida de este hombre transcurre pacíficamente en el Instituto de Santa Fe, libre ya de la "descarnada pobreza", -son sus propias palabras- en que vivió la carrera de escritor.

Y ahora vamos con la novela. ¡Aviso al caminante!: hacen falta arrestos para leer Meridiano de sangre. Siempre estará al acecho Joseph Conrad, sí, aquel de El corazón de las tinieblas. La belleza inenarrable de este violento y amable, gótico y barroco, western fronterizo deja sin aire al lector.
El libro parte de un hecho constatado -aunque jamás podremos hablar aquí de novela histórica- que es la contratación de un grupo paramilitar por las autoridades de México y de Texas para exterminar a los indios de sus territorios.
Al frente de esta horda despiadada está el capitán Glanton, y en ella los dos personajes clave son "el chaval", joven desheredado de todo, con algún mínimo atisbo piadoso, y el "juez Holden", paradigma del Dios arbitrario, del Demiurgo gnóstico, de la violencia como ley y como religión. El chaval, mudo observador, cámara fotográfica que filma todo lo que se le ofrece a la vista, aprendiz adelantado en un mundo de violencia casi inenarrable, antihéroe perfecto. El juez, gigante albino, supuesto líder espiritual de la expedición, que (suponemos) es capaz de matar a sangre fría a hombres y mujeres, a niños y ancianos, y que dice de sí mismo que nunca morirá. En realidad antihéroes todos, grupo salvaje, su deambular discurre por tierras y paisajes, a menudo de una inhóspita belleza, que por momentos se hacen personajes fundamentales del devenir de esta historia de malos y malos (no buenos y malos, como en la literatura clásica del Oeste americano).
El autor describe con tal grado de realidad los caminos de la frontera que parece haberlos andado todos. Es fácil, con la ayuda de algún mapa, ver el recorrido laberíntico, de vaivén y locura, en que la horda mata indios, colecciona cabelleras, recoge recompensas que dilapida en un frenesí de alcohol y muerte, y vuelve a los caminos, acabando en el delirio de locura en que se embute, matando a todo ser vivo que se le pone por delante, incluyendo viajeros, indios, mexicanos, tropas militares y cualquier alma en pena que se cruce en su camino. Ellos mismos, en su despiadada carrera hacia la autodestrucción y la locura se matarán los unos a los otros, para acabar este apocalíptico panorama con un final digno de una gran obra. Hay que leerlo para entenderlo.
El paisaje, como he dicho, se torna personaje principal, descrito en ocasiones con métodos costumbristas, pero a menudo se nos representa una pintura expresionista, en la que los hombres parecen meros figurantes, avocados a un final funesto:  “No había bancos en la iglesia y el piso de piedra estaba cubierto de los cuerpos escalpados y desnudos y parcialmente devorados de unas cuarenta personas que se habían parapetado en aquella casa de Dios huyendo de los paganos. Los salvajes habían abierto agujeros en el techo y les habían disparado desde arriba y el suelo estaba sembrado de astiles de flecha allí donde se las habían arrancado a los muertos para quitarles las ropas”
Las descripciones, con frases cortas y cortantes, elipsis que agilizan la narración a la vez que la imbuyen de misterio, colaborando a una despiadada filosofía interna del relato. Pero no se piense que porque el fraseo sea corto los medios que utiliza lo sean también: nada más lejos de la realidad. El vocabulario es amplísimo, lleno de palabras antiguas que agrandan los lugares. Los verbos no solamente desaparecen, también entremezclan el presente, el pasado y el futuro en una acción trepidante.
Abundan las metáforas o las simples comparaciones, que pueden llegar a ser grotescas: "Los carroñeros ocupaban los ángulos superiores de las casas con sus alas extendidas en posturas de exhortación como pequeños obispos oscuros."
 En resumen, estamos ante un western apocalíptico, que describe íntimamente el mal como sujeto y objeto de la acción, en el que la muerte es la única manera de expresarse, de comunicarse, que tienen los hombres en el mundo fronterizo por el que vagan sin rumbo fijo. Y para acabar una parte del diálogo entre los dos personajes principales al final del relato:
-Bebe- dijo el Juez- Vamos. Puede que esta noche tu alma sea reclamada (...)
-Te reconocí la primera vez que nos vimos y ya entonces me decepcionaste un poco-Dice el Juez- Ahora también. Aun así, al final te encuentro aquí conmigo.
-Yo no estoy contigo.

-¿No?

-Yo no he venido en tu busca.

-¿A qué, entonces?
-¿Qué quiero de ti? He venido por lo mismo que cualquiera de estos.

-¿Y cual es ese motivo?

-El que los ha traído aquí.
-Para pasar un buen rato. (...)
-No todo el mundo necesita tener una razón para ir a alguna parte.

-En efecto-Dijo el Juez- No necesitan tener una razón. Pero su indiferencia no altera el orden de las cosas (...) Lo expondré de otra forma. Si es así que ni ellos mismos tienen un motivo y si es así que están efectivamente aquí ¿No será que es otro quien tiene motivos para que hayan venido? Y si esto es así, ¿Sabes quien podría ser ese otro?

-No, ¿Y tú?

-Le conozco bien.

(...)

-Cada hombre busca su propio destino y el de nadie más-Sigue el Juez- Lo quiera o no. Aunque uno pudiera descubrir su destino y elegir en consecuencia un rumbo opuesto solo llegaría fatalmente al mismo resultado y en el momento previsto, pues el destino de cada uno de nosotros es tan grande como el mundo que habita y contiene en sí mismo todos sus opuestos.
 
 Es un libro que hay que conocer.

Comentarios

  1. Es el primer libro que me estoy leyendo en mi flamante nuevo ebook!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Ayer estrenaron "El Consejero" en cines

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