Coquelicots
Coquelicots
Madrid 1988.
Un niño llora delante de un cuadro de Monet.
El niño da patadas en el suelo.
Se enrabieta.
Grita y sigue llorando.
Quiere llevarse ese cuadro a casa y no le dejan.
Ese niño era yo.
A los seis años tuve un flechazo con Monet.
Mis padres nos llevaron a mi hermana y a mí a Madrid. Fuimos a ver una exposición de pintores impresionistas que incluía cuadros de Monet. Hace poco mi madre me recordó que me puse a llorar con bastante rabia cuando me dijeron que no podía llevarme ninguno de esos cuadros a casa.
De pequeño pensaba que el mejor lugar para colgar un cuadro era la cocina. Mi razonamiento era sencillo. Si te gustaba mucho un cuadro, había que colgarlo en el sitio de la casa donde la familia pasara más tiempo. Para disfrutarlo más. En nuestro caso, ese lugar era claramente la cocina. Allí era donde mi madre hacía su magia. Allí desayunábamos, comíamos y cenábamos juntos. En la cocina leíamos cuentos, pintábamos y hacíamos manualidades (en mi caso, barbaridades).
Años después entendí aquello de que los cuadros hay que cuidarlos y se deterioran si no están en un ambiente adecuado. Pero la idea de colgar cuadros en la cocina me sigue rondando por la cabeza.
Unos cuantos veranos después, y gracias de nuevo a mis padres, tuve la oportunidad de descubrir el cuadro que dio nombre al movimiento Impresionista: "Impresión, sol naciente" (1872). Me fascinó. Era un cuadro pequeño, casi discreto, colgado en las paredes de un museo que en aquel tiempo se escondía. El cuadro no está en el Louvre, ni en el d´Orsay, ni mucho menos en el Pompidou. En aquella época -no tan lejana pero todavía sin GPS- si querías ir a ese museo, tenías que buscarlo. Un museo con nombre de animal gracioso: Marmottan.
Por cierto, durante ese viaje también visitamos el d´Orsay. Allí pude pararme un rato delante de Las Amapolas, otro cuadro de mi infancia. En francés se llama "Coquelicots" (1873). Creo que esa es una de las palabras más bonitas que existen.
Aquella fue la primera vez que fui a Paris. Gracias a mi trabajo, mi última visita fue hace unas semanas. Curiosamente, me regalaron unos caramelos con el mismo nombre:
Ese cuadro del paseo entre amapolas de Monet es otro de los Paisajes de mi Infancia (Nuestro amigo Bob). Así lo siento porque teníamos una lámina de esa pintura colgada en un cuarto de nuestra casa. El cuarto que llamábamos "de atrás". Ese cuarto en el que dormían mis abuelos, mi tía u otras visitas cuando se quedaban con nosotros.
Ese cuarto en el que oí a mi abuelo, en pleno delirio, decir que se iba a la plaza de toros a ver una corrida. Aventura insólita teniendo en cuenta que falleció unos días después.
Aprendí por la crudeza de la experiencia lo que después me enseñaron la mitología griega y romana: las amapolas podían simbolizar el sueño y el descanso eterno.
A mi padre le encantaban las amapolas. Las dibujaba a menudo tanto en sus diminutas acuarelas como en sus enormes óleos.
A lo largo de nuestra vida compartida pudimos ver muchas amapolas. Tuvimos la suerte de vivir cerca de numerosos campos que se llenaban de amapolas al final de la primavera y el inicio del verano. Preciosos paseos, como el de Monet.
¿Por qué os suelto todo este rollo?
Pues porque estamos en junio y las amapolas ya se están agostando.
Porque las amapolas han vuelto a salpicar mis caminos estos últimos dos meses.
Porque todo esto hace que me acuerde de mis padres antes de empezar las vacaciones de verano.
Y porque cualquier excusa es buena para recordar cuadros de mi padre.
Ahí van. Varias de las amapolas que pintaste en nuestra infancia.
Feliz verano.
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