DE ÉFESO A PAMUKKALE
Este viaje por la que muchas agencias turísticas llaman la Turquía mágica pretende trasladar al lector a unos lugares en verdad mágicos con la intención de que su imaginación -como la mía- pasee por esas joyas que el tiempo y pretéritas civilizaciones nos dejaron.
Numerosa y variadas son las maneras de acceder a este privilegiado lugar, parado obligatoria de cruceros mediterráneos.
A la antigua Éfeso se accede por carretera o avión desde Izmir (Esmirna) o en cruceros mediterráneos que atracan en Kusadasi. El pueblo actual, construido en los límites exteriores de las ruinas de Éfeso es Selçuk , y en él existe un museo adicional.
No me olvidaré en este viaje por el tiempo de un ilustre efesita, diría que el más conocido de todos ellos. Me refiero naturalmente a Heráclito, modelo del pensamiento dialéctico, indagador en el devenir: "En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos".
El paseo por las ruinas de la antigua Éfeso nos depara momentos de gran belleza. Podemos contemplar casi a la perfección cómo era una gran ciudad de la antigüedad clásica. En ellas a los grandes paseos se añadían los templos dedicados a los dioses preferidos, baños y canalizaciones, foro y mercados, teatro, odeón, biblioteca, "casa del amor", en fin, murallas defensivas...todo ello lo encontramos aquí y eso queda mucho, muchísimo por excavar.
El viaje desde Éfeso a Pamukkale, en autobús, es de al menos 3 horas, pues el lugar está en el suroeste de Turquía, a más de 500 Km tanto de Ankara como de Estambul, pero vale la vena, vaya que lo vale. Después de la experiencia vivida en este enclave natural, patrimonio de la Humanidad, sugiero que la visita se haga al final de la jornada, para ver la puesta de sol, una de las más inolvidables que en este planeta Tierra nos es dado contemplar. Para los amantes de la fotografía el aliciente es mayor y las sensaciones que tendréis, inenarrables.
En realidad se trata de dos entidades muy diferenciadas, ambas en un mismo lugar: por un lado Hierápolis y por el otro Pammukale. Hablaré en primer lugar de Hierápolis.
Se trata de una ciudad helenística construída en el siglo II A.C. por Pérgamo. Destruida por un terremoto, la reconstrucción le dio un carácter típicamente romano. Las aguas termales hicieron de la ciudad un importante centro de atracción. Los selyúcidas en el siglo XIII y un terremoto en el siglo XIV consiguieron su destrucción. Hablando de records, posee el del conjunto de tumbas más numeroso de la Antigüedad, varios miles de ellas. Se preguntarán el porqué.
Por dos razones muy diversas, la una es que en Hierápolis tenían lugar unos juegos que con su magnificencia conseguían el sacrificio de muchos gladiadores, que allí dejaron enterrados sus restos; por otro lado resultó ser un lugar de atracción para enfermos por las supuestas propiedades curativas de una milagrosa fuente, que aunque no conseguía su curación si lograba que aumentara la nómina de tumbas en el lugar.
De las termas aún se conservan restos e incluso canalizaciones, que en ocasiones están talladas en la propia piedra del suelo de sus calles.
Existe un museo con estatuas y objetos encontradas en las excavaciones de la ciudad. El problema de la visita a horas tan intempestivas es que encontraréis en museo cerrado ya, pero no os importe, el objetivo es la puesta de sol en el "castillo de algodón".
La segunda parte de la visita es Pamukale, efectivamente, "castillo de algodón" en el idioma turco. Antiguos terremotos (Cuaternario) sobre la cuenca del río Menderes dieron lugar a la aparición de numerosas fuentes termales. El agua que por ellas aflora tiene bicarbonato de calcio en grandes cantidades, logrando que al depositarse se formen mantos o capas de piedra caliza y travertino en forma de cascadas, estalactitas, estalagmitas, piscinas, todo ello de color blanco que dan ese típico aspecto que los turcos llamaron castillo de algodón.
El lugar fue hasta época muy reciente pasto de hordas de todo tipo, parcialmente refrenadas por la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 1988, aunque sigue pudiéndose introducir el personal -ahora sí, descalzo, faltaría más- en las piscinas naturales de caliza y travertino y bañarse en las aguas termales que siguen aflorando año tras año.
Unos jardines bellamente cuidados y pasarelas de madera contribuyen a respetar algo tan insigne prodigio de la naturaleza, aunque es factible ver al personal ahuyentando los males de sus pies introduciéndolos en el torrente canalizado que va a inundar las piscinas naturales.
Pero ya el ocaso se nos viene encima y por unos minutos nos ofrece una visión de una belleza inenarrable, en parte -solo en parte- captada por la máquina de fotos, y que os traigo a estas páginas para animaros a esta visita tan excepcional.
Y ya todo es dejarse llevar por los sentidos y disfrutar de la maravillosa puesta de sol en Pamukkale.
Espero haberos convencido. Buscad una oportunidad.
Hasta la próxima!
Numerosa y variadas son las maneras de acceder a este privilegiado lugar, parado obligatoria de cruceros mediterráneos.
Parte alta de la ciudad, inicio de la visita |
Columna con su capitel, que contrasta con la amplia avenida de entrada a Éfeso |
La visita tiene un recorrido descendente, accediendo por carretera a la parte alta de la ciudad, ypor lo tanto el recorrido es muy cómodo, con la única salvedad de que hay que cuidar en no resbalarse con el suelo empedrado, hollado por tantos miles y miles de personas, sobe todo si está mojado, lo cual no es nada frecuente.
Ilustre sujeto cuyo nombre desconocemos subido a su pedestal y elevado al rango de estatua |
Lo primero que llamará vuestra atención es la magnitud, la inmensidad del lugar (en la época de máximo esplendor debió acoger más de 250.000 personas). Ocupa una especie de valle que desciende hacia el mar, desde el siglo V alejado 7 Km del antiguo y comercial puerto a causa de la sedimentación y erosión que ha hecho retroceder la línea de costa.
Niké, diosa griega de la victoria. |
Éfeso es nombre de dudoso origen -no podía ser menos si tenemos en cuenta que sus orígenes se remontan al siglo XIII A.C. Pero nos atendremos a Herodoto, a falta de informaciones más precisas, y por gustarnos lo que a día de hoy llamaríamos leyendas, vamos a atribuir su fundación al mítico reino de las amazonas, las mujeres guerreras procedentes del norte de Turquía, de las orillas del Mar Negro. Por cierto a estas amazonas las encontramos también en la Ilíada -las que luchan como varones-, las cita Esquilo, e incluso están esculpidas en bajorrelieves del Partenón.
Monumental fuente de Adriano |
Bien, el caso es que Éfeso fue colonia griega casi once siglos antes de Cristo, aunque con el devenir de los siglos pasó a manos de Lidia, más tarde de los persas, de Pérgamo, y -cómo no- finalmente de los romanos, que fueron quienes dejaron las huellas que más perduran a día de hoy. Roma, en su habitual división provinciana del imperio, nombró a Éfeso capital de la provincia de Asia, estableciéndose en la ciudad un gobernador y su asamblea de romanos e indígenas para administrar justicia (conventojurídico).
Impresionante vista con la biblioteca de Celso al fondo |
Algunos ilustres visitantes contribuyeron a colocar Éfeso en la Historia, como Marco Antonio y Cleopatra, que se refugiaron en su puerto antes de la definitiva batalla naval de Accio, que perdieron, señalando el fin de sus días.
Más ilustre aún si cabe, San Pablo intentó la conversión de aquella ciudad de gentiles, devotos de Artemisa, pero fracasó y se vio obligado a huir, no sin antes dejar algunos de sus más bellos escritos. Luego, tres años más tarde, tuvo ocasión de visitar de nuevo la ciudad, aunque esta vez como prisionero.
El declive de Éfeso es paulatino, sufriendo sucesivas invasiones por parte de los árabes en los primeros siglos del Islam y posteriormente son los turcos selyúcidas los que ocupan la ciudad, que desaparece para la historia en la baja Edad Media.
El declive de Éfeso es paulatino, sufriendo sucesivas invasiones por parte de los árabes en los primeros siglos del Islam y posteriormente son los turcos selyúcidas los que ocupan la ciudad, que desaparece para la historia en la baja Edad Media.
El gran teatro con aforo para 25.000 personas |
No me olvidaré en este viaje por el tiempo de un ilustre efesita, diría que el más conocido de todos ellos. Me refiero naturalmente a Heráclito, modelo del pensamiento dialéctico, indagador en el devenir: "En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos".
Toda la inmensidad de Éfeso, con su enorme teatro al fondo, ocupando la ladera de la colina |
El paseo por las ruinas de la antigua Éfeso nos depara momentos de gran belleza. Podemos contemplar casi a la perfección cómo era una gran ciudad de la antigüedad clásica. En ellas a los grandes paseos se añadían los templos dedicados a los dioses preferidos, baños y canalizaciones, foro y mercados, teatro, odeón, biblioteca, "casa del amor", en fin, murallas defensivas...todo ello lo encontramos aquí y eso queda mucho, muchísimo por excavar.
El viaje desde Éfeso a Pamukkale, en autobús, es de al menos 3 horas, pues el lugar está en el suroeste de Turquía, a más de 500 Km tanto de Ankara como de Estambul, pero vale la vena, vaya que lo vale. Después de la experiencia vivida en este enclave natural, patrimonio de la Humanidad, sugiero que la visita se haga al final de la jornada, para ver la puesta de sol, una de las más inolvidables que en este planeta Tierra nos es dado contemplar. Para los amantes de la fotografía el aliciente es mayor y las sensaciones que tendréis, inenarrables.
En realidad se trata de dos entidades muy diferenciadas, ambas en un mismo lugar: por un lado Hierápolis y por el otro Pammukale. Hablaré en primer lugar de Hierápolis.
Restos del antiguo esplendor de los templos de Hierápolis |
Se trata de una ciudad helenística construída en el siglo II A.C. por Pérgamo. Destruida por un terremoto, la reconstrucción le dio un carácter típicamente romano. Las aguas termales hicieron de la ciudad un importante centro de atracción. Los selyúcidas en el siglo XIII y un terremoto en el siglo XIV consiguieron su destrucción. Hablando de records, posee el del conjunto de tumbas más numeroso de la Antigüedad, varios miles de ellas. Se preguntarán el porqué.
Restos de canalizaciones talladas en la misma piedra |
Por dos razones muy diversas, la una es que en Hierápolis tenían lugar unos juegos que con su magnificencia conseguían el sacrificio de muchos gladiadores, que allí dejaron enterrados sus restos; por otro lado resultó ser un lugar de atracción para enfermos por las supuestas propiedades curativas de una milagrosa fuente, que aunque no conseguía su curación si lograba que aumentara la nómina de tumbas en el lugar.
De las termas aún se conservan restos e incluso canalizaciones, que en ocasiones están talladas en la propia piedra del suelo de sus calles.
Atardecer en Hierápolis |
Existe un museo con estatuas y objetos encontradas en las excavaciones de la ciudad. El problema de la visita a horas tan intempestivas es que encontraréis en museo cerrado ya, pero no os importe, el objetivo es la puesta de sol en el "castillo de algodón".
Patio del museo de Hierápolis |
La segunda parte de la visita es Pamukale, efectivamente, "castillo de algodón" en el idioma turco. Antiguos terremotos (Cuaternario) sobre la cuenca del río Menderes dieron lugar a la aparición de numerosas fuentes termales. El agua que por ellas aflora tiene bicarbonato de calcio en grandes cantidades, logrando que al depositarse se formen mantos o capas de piedra caliza y travertino en forma de cascadas, estalactitas, estalagmitas, piscinas, todo ello de color blanco que dan ese típico aspecto que los turcos llamaron castillo de algodón.
Impresionantes "oleadas" de piedra caliza |
El lugar fue hasta época muy reciente pasto de hordas de todo tipo, parcialmente refrenadas por la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 1988, aunque sigue pudiéndose introducir el personal -ahora sí, descalzo, faltaría más- en las piscinas naturales de caliza y travertino y bañarse en las aguas termales que siguen aflorando año tras año.
Precioso contraste entre las flores y la cascada de piedra blanca |
Unos jardines bellamente cuidados y pasarelas de madera contribuyen a respetar algo tan insigne prodigio de la naturaleza, aunque es factible ver al personal ahuyentando los males de sus pies introduciéndolos en el torrente canalizado que va a inundar las piscinas naturales.
Pero ya el ocaso se nos viene encima y por unos minutos nos ofrece una visión de una belleza inenarrable, en parte -solo en parte- captada por la máquina de fotos, y que os traigo a estas páginas para animaros a esta visita tan excepcional.
Y ya todo es dejarse llevar por los sentidos y disfrutar de la maravillosa puesta de sol en Pamukkale.
Espero haberos convencido. Buscad una oportunidad.
Hasta la próxima!
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