CAMINOS DEL MAESTRAZGO

En anterior ocasión visitamos la incomparable Albarracín.
Volvemos a las tierras fronterizas, Teruel por un lado, Castellón por el otro, para deleitarnos en la contemplación de esa ruta maravillosa por los caminos del Maestrazgo, tierras del Cid, lugares de batalla con aroma carlista. Aquí pareciera en ocasiones que el tiempo se ha dado un descanso. 
Hemos iniciado la andadura en Teruel, pernoctando en esa ciudad en la confluencia entre dos pequeños ríos, el Guadalaviar (que luego será un gran río) y el Alfambra. 
El Hotel Sercotel Torico Plaza ha resultado una buena elección. Precio muy asequible, emplazamiento privilegiado, desayuno modoso y  Wifi gratis. En la noche hemos aprovechado para pasear por la plaza del Torico, acercarnos a la catedral y contemplar las bellas torres mudéjares del Salvador y de San Martín.
Incluso nos hemos asomado a las murallas a través de sus puertas de la Andaquilla y  la de la Traición. 
No vamos aquí a resaltar las maravillas gastronómicas de Teruel, pero no se puede dejar pasar la oportunidad de citar su famoso jamón o el cordero lechal, al que llaman ternasco y los incomparables melocotones de Calanda, sin olvidar los buenos pucheros llenos de sustancia o las maravillosas migas que hacen por estos lares. Y qué decir de la longaniza o el lomo de orza, exquisitas viandas para el más exigente paladar.
Pensando en estas delicias gastronómicas y paseando ha ocurrido lo inevitable: se nos ha levantado el apetito, y de qué manera. Como llevábamos unos apuntes para la ocasión hemos tirado de ellos. Teníamos la posibilidad de acudir a un restaurante, se trataba de Yaín, en la Plaza de la Judería;
pero al final nos hemos decidido por un lugar más informal, La barrica, en la calle Abadía, del que teníamos muy buenas opiniones. Y en efecto, nuestras expectativas se han visto cumplidas. Es un bar, con mesas grandes, asientos altos, bullicio y juventud asegurados, pequeño, pero con unas tapas (se come de tapas aquí) sorprendentes. Citaré dos: pequeño bocata de albóndigas de ternasco acompañadas de jamón y pimiento; chipirón con jamón, queso y ali oli de cítricos. 
La verdad es que nos hemos ido a la cama contentos con esta expresión de belleza que es el mudéjar (mezcla extraña de románico y gótico visto por andalusíes) y la no menos grata que resultó la cena en el rincón abacial ya comentado.
Nos hemos levantado pronto y por la A23 llegamos hasta La Puebla de Valverde, desviándonos por la A232 camino de Mora de Rubielos, aunque antes hacemos una parada obligatoria en Valbona, pueblecito donde el que escribe dio sus primeros pasos.
La iglesia, los lavaderos y un pequeño embalse son los lugares a visitar.

Llegamos a Mora de Rubielos y nos encontramos con el imponente castillo-palacio de los Fernández de Heredia, que
domina la villa asentado sobre una roca, lugar de obligada visita. Luego bajamos hasta la la que fuera colegiata de Santa María, expectacular edificio gótico de una anchura excepcional, con su claustro, también de estilo gótico, y en la misma plaza una monumental fuente y la casa rectoral. El pueblo entero es un conjunto de calles abigarradas, de ermitas (Loreto, San Miguel, Dolorosa) y un recinto murado al que se accede por los portales de Alcalá, de
Rubielos (nuevo y viejo) o de la Cabra. Si además nos acercamos al puente viejo nos habremos hecho una idea aproximada de este maravilloso conjunto arquitectónico. Tan solo 12 Km separan Mora de Rubielos de Rubielos de Mora. También aquí nos
encontramos con una ex-colegiata, de Santa María la Mayor, en estilo barroco. Una serie de ermitas jalonan el recorrido de sus calles, así nos encontramos con la de los santos Abdón y Senén, la de Santa Ana, la del Pilar, la de los Desamparados, la de San Roque y también otra dedicada a Santa Bárbara. Del recinto murado, en el que había siete puertas, se conservan dos: el portal de San Antón y el del Carmen. 

Especial atención merece la Casa Consistorial, de estilo renacentista, la Lonja, y algunas casas nobiliarias. Otros edificios notables son la Casa Consistorial, renacentista del siglo XVI, y la antigua Lonja del pueblo, así como diversas casas de la antigua nobleza.
De Mora de Rubielos hasta Linares de Mora, por la A1701, hay 24 Km. El impacto de contemplar toda su trama integrada en la naturaleza, el roquedo, el castillo sobre él, es inolvidable.
El caserío es de arquitectura popular, recuerdo continuo del medievo, aunque su iglesia es barroca, de imponente aspecto, que junto al castillo y con el caserío, da lugar y forma a este insólito pueblo. 
Nos desviamos por la CV175 para visitar Puertomingalvo, que también está allá arriba, sobre la roca, dominada a su vez por el castillo que perfila los límites del conjunto. El Ayuntamiento, un antiguo hospital (de Santa María) y casas nobiliarias del estilo gótico levantino, junto con la iglesia parroquial, componen un excepcional conjunto, que además permite contemplar en su imponente belleza la Sierra de Gúdar.
Ahora regresamos a la A1701 camino de Mosqueruela. Sorprende su muralla octogonal, magníficamente conservada y la posticada calle Mayor. Todo gira en torno a la plaza Mayor, donde se ubican el Ayuntamiento y la iglesia parroquial de la Asunción.
Una nueva parada en La Iglesuela del Cid, atravesada por arroyos, situándose en el centro los edificios más señeros. La iglesia conserva algunas partes góticas, aunque es fundamentalmente barroca, con una portada plateresca. El Ayuntamiento y la torre del castillo forman un conjunto casi único con la iglesia. Del recinto amurallado queda el portal de San Pablo. 
Y ya agotados por tan largo caminar llegamos a Cantavieja, en lo alto, como un nido de águilas, refugio del general Cabrera (como antes lo fuera de los templarios) en las guerras carlistas. Del máximo interés es la plaza porticada de Cristo Rey, con acceso a la iglesia renacentista y al gótico ayuntamiento. Por lo demás, el interés mayor está en pasear por sus recoletas calles, contemplar las casas nobiliarias con escudos que señalan a
sus antiguos dueños, alguna que otra ermita, o la iglesia de San Miguel y el Hospital anejo.
Como ya había ganas de comer, acudimos al Restaurante Asador Casa Sastre. Lo encontramos en la calle Mayor, muy cerca de la plaza. 
El título es bastante rimbombante, aunque se trata de un local discreto, sin grandes empeños, muy buen precio y escasas posibilidades. Suponemos que en temporada "muy alta" tendrá la parte que llaman Asador. No tuvimos suerte y nos conformamos con unas salchichas a la brasa, muy ricas (nos dijeron que se podían comprar en la carnicería que hay al otro lado de la calle). 
Alabando a Dios (barriga llena a Dios alaba) partimos camino de Mirambel, bellísimo pueblo, a 14 Km de Cantavieja, por la A226. 
Entrar en Mirambel es adentrarse en la plena Edad Media. Con su muralla magníficamente conservada, las puertas de acceso, entre las que destaca la de las Monjas, el Ayuntamiento gótico de tres plantas, con la cárcel, una joya, como las de la mayoría de los pueblos del Maestrazgo, la iglesia parroquial de estilo barroco,
el convento de los Agustinos, y varias ermitas (cómo no, esta tierra lo es de ermitas).Varias casas señoriales completan este imponente lugar.
Junto a la iglesia, en un jardincillo escueto pero escondido del sol, que luce imponente en estas primeras horas de la tarde, nos encontramos con algo curioso e insólito. Allí, entre plantas más o menos agraciadas una rosa lucía su más
bellísimo traje sin nadie pareciera reparar ante tan hermosísima visión. Aquí queda, la cámara fotográfica tuvo la suerte de darse de bruces con ella: es la "rosa de Mirambel".

Morella, a 28 Km de Mirambel, es ciudad que vio como la historia se escondía tras sus murallas. Accedemos al recinto por una de sus antiguas puertas y tras un intrincado recorrido logramos finalmente acceder al Hotel rey don Jaime, en la calle de don Juan Giner. Discreto, buen precio, desayuno sencillo, magnífica localización. 
Morella es lugar para pasearlo,
empezando por la muralla de 2 Km con numerosas puertas, hasta el empinado, imponente castillo, que corona la ciudad. Es fácil comprender que fuera tierra de batallas. Por aquí pasaron el Cid, los reyes aragoneses, o los contendientes carlistas. El convento de Sant Francés es el acceso al castillo y sopn de gran interés las pinturas de la danza de la muerte de la sala capitular. 

La iglesia gótica de Santa María la Mayor, con dos puertas en la misma fachada, una escalera de caracol que da acceso al coro, coloristas rosetones de vidrieras originales de la escuela valenciana del siglo XIV y el organo monumental de la escuela Aragonesa.
El edificio del Ayuntamiento, del siglo XIV, en el centro urbano  de Morella, integra espacios como la Lonja, o las salas góticas del Consell y de la Corte de Justicia. Del acueducto se conservan dos tramos  en un paisaje con hermosas vistas. Iglesias y ermitas, palacios y casas solariegas completan un recorrido excepcional.

Cenamos en Casa Masoveret a base de productos de la tierra (embutidos, quesos), en amable conversación con el dueño del local. Luego fuimos en busca del reposo, bien merecido después de tan intenso día.
El último día lo iniciamos, cómo no, tras un reconfortante desayuno, en la carretera, por tierras del Matarraña, con un objetivo claro: Valderrobres.
La entrada a este pueblo singular, por un puente medieval con tajamares, a través de portal de San Roque, da acceso al Ayuntamiento, edificio inspirado en el homónimo de Alcañiz. La casa de los Moles, gótica, tiene la clásica galería alta aragonesa exterior, techada y cubierta por delante. El "Palau"  situado a los pies del castillo ha sido transformado por el paso del tiempo. En el mismo edificio se encontraba el antiguo hospital. 
Pero el rasgo inconfundible de Valderrobres es el Castillo-Palacio que lo corona. Tuvimos la oportunidad de ver una magnífica colección de obra gráfica de Miró. Inseparable del castillo,  la iglesia de Santa María la Mayor es uno de los más espléndidos
ejemplos de gótico levantino de la provincia de Teruel.
Abandonamos Valderrobres con el corazón encogido ante tanta belleza. Rivaliza sin duda con conjuntos emblemáticos del calibre de Albarracín. A los amantes de lo bello que no conozcan este pueblo les recomiendo encarecidamente que lo hagan, no se arrepentirán.
Desde Valderrobres, siempre por tierras del Matarraña, tras 21 Km llegamos a Calaceite. 
Lo mejor para conocer este pueblo,
es pasear por sus calles llenas de casas solariegas, admirar sus balcones con balaustradas, o ventanales góticos y mudéjares, sin olvidar la plaza porticada o la imponente iglesia reconstruída en su interior en el siglo XVII. 
Decidimos comer en la Fonda Alcalá; teníamos buenas referencias y el acceso es fácil, en la carretera, con un parking propio. Las ventajas acaban ahí. La antigua fonda es hoy un local para multitudes, con
intentos de cocina "modernilla", pero sin la antigua tradición de los buenos fogones familiares. nos ofrecieron unos canelones, que estaban bastante insípidos. El bacalao llevaba una salsa de espárragos o pil pil  difícilmente descifrable (aparte de que el bacalao no tenía sabor, parecía lavado, como dicen en mi pueblo) y un ternasco con cocción a baja temperatura (el tradicional figura en la carta, pero no lo hacen),
método que bajo mi punto de vista iguala sabores y resta contundencia a las carnes. Para colmo caro. En fin, que podría mejorar o volver a sus orígenes.
 
Después de comer tras otro paseo por las calles de Calaceite iniciamos el
regreso, pasando por Alcañiz, de vuelta a la rutina de cada día, pero esa es ya otra historia.

Comentarios

  1. Una ruta muy interesante. Me encantan los nombres de los sitios y lo imponente de sus construcciones. Echo en falta una referencia a esa cerveza tan rica que os tomasteis...

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    1. perdón por la tardanza en responder. se trata de la cerveza valenciana artesana Tyris. para más información te diré que actualmente comercializan varios tipos de cerveza: American Pale Ale (la que tomamos ese día), Tyris de Valencia, Riu Rau, VIPA, Paqui Brown y la magnífica Smoky Porter (que he conocido posteriormente).

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