EL SUEÑO ETERNO. Raymond Chandler.

Este tiempo veraniego que se avecina es ideal para volver a la novela negra. No quiero con esto decir que se trate de un género menor o para diversión, pero sí es cierto que habitualmente se lee con fruición, en cualquier lugar, y de corrido.
En los últimos años una innumerable cantidad de autores han hecho que la novela negra esté de moda. Pero mi intención es traer a primera línea a uno de los mejores –si no el mejor- de la época dorada, clásica, de los años 30 y 40 del siglo XX. No es otro que Raymond Chandler. ¿Y quién sino Marlowe para representar a nuestro autor preferido? Este detective privado, dotado de un sinnúmero de vicios y alguna que otra virtud, es el paradigma del protagonista por excelencia en la literatura negra norteamericana. Dos de las obras del autor podrían estar entre las diez mejores del género negro: El sueño eterno y El largo adiós.
El sueño eterno fue el bautismo de Marlowe, mientras que la última entrega había sido Playback, de 1958. Y digo había sido porque nuestro detective acaba de reaparecer de la pluma de Benjamin Black (seudónimo del irlandés John Banville) en la novela La rubia de ojos negros, editada en España por Alfaguara. No entraré en consideraciones sobre los apócrifos tipo Avellaneda, sin desmerecer en absoluto a un escritor con premios de tanta enjundia como el Booker 2005, el Kafka 2011 y el Príncipe de Asturias 2014, prefiero glosar al auténtico Marlowe, aunque comenzaré por el autor.



Chandler había trabajado en algunas empresas petrolíferas, pero como consecuencia del crack de 1929 y probablemente también por su escasa afición al trabajo, se quedó en el paro, como diríamos hoy, y parece que se dedicó al alcohol -del que ya era un acérrimo aficionado- y al oficio de escritor. Raymond había pasado su infancia y primera juventud en Inglaterra, cursando estudios en el Dulwich College, una escuela pública de prestigio. Allí adquirió la buena costumbre de la lectura, iniciándose también en el arduo camino de la escritura.

No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial, que se instaló en California, trabajando en varias compañías petrolíferas. 
Chandler conocía la revista Black Mask, especializada en lo que hoy llamamos literatura negra. En 1933 consiguió publicar en la referida revista su relato Los chantajistas no matan. La suerte estaba echada y a partir de entonces el antiguo ejecutivo trocó en escritor. Le siguieron otros muchos relatos, hasta dieciocho, apareciendo su detective estrella, Philip Marlowe, en El chivato, el tercero de estos relatos. 
Pero es en 1939 cuando el éxito le asalta de lleno con la primera novela, El sueño eterno, obra maestra del género negro. 
Marlowe, el detective privado, es un solitario, aficionado al alcohol como el propio autor,  sarcástico e hiriente, incisivo en sus diálogos inolvidables, poco amigo de los polis, que no se para en la sola respuesta a las preguntas para las que se le contrata, sino que llega hasta el fondo de las situaciones, escaso de dinero, amante de la justicia.
No me olvido, no, de la versión cinematográfica. Bogart será para siempre Marlowe: es inevitable; pero lo que aquí se propone es la lectura de la novela por cuanto resume y ejemplifica el género negro.
El sueño eterno, está narrado en primera persona por el detective privado Philip Marlowe, que es contratado por el octogenario militar Sternwood, padre de dos hijas con muy distintos caracteres, infumables ambas. En principio parece que lo que Marlowe debe descubrir es al tipo que chantajea al general Sternwood con unas escabrosas fotos de su hija menor, Carmen, pero parece que le interesa más la desaparición repentina del marido de la hija mayor, Vivian. A través de múltiples peripecias, varios asesinatos y al menos dos tramas diferenciadas que acaban uniéndose en las últimas páginas del relato, el autor indaga en la naturaleza del bien y del mal, que no tienen límites precisos, de los ricos y de los pobres, de los policías y aquellos otros que no lo son, para enseñarnos con toda crudeza la sociedad americana de su tiempo.

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